Casa de Oración – El Fundamento de SU Consejo, comenzó en los años 1980’s en San Mateo y Redwood City, California, cuando un grupo pequeño pero apasionado de creyentes se reunió con un propósito común: crecer en la fe y entender más profundamente la palabra de Dios. Nos reuníamos en varios hogares, pero uno de los lugares más especiales fue el garaje de mi casa. Ese modesto espacio se convirtió en el centro de muchas horas de estudio, conversaciones profundas, risas, momentos de oración, café y, por supuesto, reflexión bíblica.
En esos primeros días éramos pocos, pero en nuestro corazón ardía una visión grande. Pensábamos que estábamos destinados a conquistar el mundo. Nos sentíamos invencibles, como si nada pudiera detenernos. Creíamos en la inmortalidad de la misión que teníamos por delante. Estábamos motivados por un hambre insaciable y una sed profunda por conocer más a Dios. No solo queríamos aprender, sino experimentar su presencia de manera real y tangible en nuestra vida cotidiana.
Comenzamos con una suposición que, con el tiempo, se fue convirtiendo en una convicción sólida: Dios habla hoy. Su voz no está limitada al pasado ni a las Escrituras, sino que es un Espíritu real, urgente y personal. La idea de que podemos escuchar su dirección, recibir su sabiduría y experimentar su guía diaria se convirtió en la base de todo lo que hacíamos. En ese entonces, no solo queríamos estudiar la Biblia como un libro histórico o doctrinal, sino que deseábamos escuchar la voz de Dios en cada versículo, en cada palabra, y vivir bajo esa dirección.
El simple hecho de que tú estés aquí hoy, leyendo estas palabras, no es una coincidencia. Creemos que el Señor tiene un propósito para cada persona que se cruza en nuestro camino, y que el destino nos ha traído hasta este momento, hasta esta conversación. Cada paso que hemos dado en este viaje ha sido parte de un plan más grande, y tu presencia aquí es testimonio de que esa visión original sigue viva, y sigue siendo relevante hoy.
Antes de reunirme en ese pequeño garaje, a finales de los años 70, comenzando en 1973, asistía a una iglesia tradicional de Las Asambleas de Dios donde conocí a quien sería mi esposa. Aunque allí encontré muchos hermanos y hermanas de fe, personas llenas de bondad y deseos sinceros de servir a Dios, personas con grandes cualidades humas y cristianas, algo en mi interior me decía que no era suficiente. Estaba rodeado de buenas enseñanzas y comunión, pero una insatisfacción persistente seguía anidando en mi corazón. A pesar de que todo parecía estar en su lugar, algo dentro de mí me hacía dudar, incluso de algo tan esencial como el amor de Dios para mi vida. Había una desconexión, una sensación de que no estaba experimentando lo que sentía o mi interior sabía que debía experimentar en mi relación con Él. Era como si, en medio de toda la actividad religiosa, algo se me escapaba, algo fundamental que necesitaba encontrar.
Pronto, la creciente insatisfacción me impulsó a buscar un nuevo camino fuera de la iglesia. Fue una de las decisiones más difíciles que tomé, porque, aunque me costaba admitirlo, sentía que necesitaba un cambio, una transformación en mi vida. Ese tiempo de separación se convirtió en lo que yo ahora llamo mi “desierto personal”. Fue una temporada de soledad, lucha interna, y una profunda sensación de vacío. Todos pasamos por ese desierto en algún momento de nuestra vida, aunque se manifieste de diferentes maneras. Es un tiempo en el que somos despojados de muchas de nuestras certezas y comodidades, un tiempo de prueba y purificación. Es, sin duda, un espacio incómodo, pero necesario, porque es allí donde verdaderamente aprendemos a escuchar la voz de Dios con claridad. Donde nos alejamos de los ruidos y las distracciones de la vida, y comenzamos a ser más receptivos a Su llamado.
En medio de esa experiencia tan dolorosa y desconcertante, algo sucedió que marcó un antes y un después. Un día, mientras caminaba por las calles, sin ningún propósito claro, me encontré con una persona mayor. A pesar de su edad, su presencia era increíblemente serena, llena de sabiduría y paz. Esta persona, sin saber nada de mi vida, me miró con una mirada profunda y, con una simple pregunta, cambió el curso de mis pensamientos: “¿Sabías que eres parte de la novia de Cristo?” Esas palabras llegaron a mí como una revelación. Nunca antes había oído algo tan misterioso y tan lleno de significado. Algo dentro de mí despertó, como si una cortina se abriera de repente, permitiéndome ver algo que siempre había estado allí, pero que nunca había entendido. Sentí que de alguna manera esa afirmación tocaba el centro de mi ser, y me ayudaba a comprender que mi relación con Dios no era simplemente algo religioso o cultural, sino una conexión profunda y viva, un amor que iba mucho más allá de lo que había conocido hasta entonces.
Aunque esa revelación fue poderosa, todavía me sentía perdido, sin rumbo fijo ni propósito claro en mi vida. Sin embargo, algo dentro de mí me decía que debía seguir buscando, que había más por descubrir. Un día, mientras caminaba sin un destino, algo inesperado sucedió. Caminando pasé por una iglesia/edificio que tenía reunión ese día, y por alguna razón, me llamó la atención. Había algo en el aire, una sensación que me impulsó a acercarme. En ese momento, no sabía si debía entrar o no, pero una extraña valentía se apoderó de mí. Tomé la decisión de abrir la puerta. No sabía lo que encontraría allí ni lo que iba a suceder, pero en ese instante, sentí que debía dar ese paso, como si todo lo que había vivido hasta ese momento me hubiera conducido hasta allí.
Al abrir esa puerta, algo en mi interior se movió. En ese espacio, lleno de personas que también buscaban algo más grande, sentí una presencia diferente, algo que me tocó profundamente. Quizás era la respuesta que tanto había buscado, tal vez era solo el principio de un camino que apenas comenzaba a recorrer. Pero, en ese momento, supe que algo nuevo había comenzado.
Era totalmente diferente. Cuando tomé ese paso y me uní a esa nueva iglesia, me ayudó a explorar diferentes áreas del mundo cristiano, a experimentar formas de fe que hasta entonces no había conocido. Es una organización del Gospel Assembly Churches, son iglesias cristianas que dicen no ser denominacionales (pero con el tiempo me di cuento de lo contrario). Tienen su sede en Estados Unidos, fundadas en 1914 por el ministro William Sowders. Estuve con ellos durante seis años, pero lo que parecía ser una oportunidad para crecer espiritualmente, pronto se transformó en una lección dolorosa sobre el control y la autoridad. A medida que pasaba el tiempo, fui descubriendo lo que realmente significaba el dominio sobre el pueblo. Al principio, me costaba aceptarlo, pero con el tiempo entendí que no se trataba simplemente de liderazgo, sino de un sistema que ejercía poder de manera autoritaria. Miembros antiguos y actuales consideran que las Asambleas Evangélicas poseen varias características de una secta sociológica. Tanto antiguos como actuales creyentes citan abuso espiritual y un “pastoreo excesivo”, que incluye el control de actividades, finanzas, tiempo, posesiones y relaciones. Sin embargo, la iglesia ha refutado estas afirmaciones.
Nunca fui una persona rebelde por naturaleza. Siempre he buscado paz y armonía en los lugares donde me encuentro. Sin embargo, mi espíritu sufría bajo un sistema que, aunque legítimo en su estructura, estaba plagado de imperfecciones fatales. Era un sistema que, aunque parecía tener buenas intenciones, operaba en la dominación y control. Era lo que hoy podríamos describir como la “iglesia de Saúl”, un lugar donde la autoridad no estaba basada en el amor, sino en el control y la manipulación. Un sistema que, aunque parecía estar en el camino correcto, se había desviado gravemente de los principios de Cristo. Mi alma, a pesar de no ser rebelde, comenzó a sentir un profundo malestar. Había algo que no encajaba, algo que no estaba bien en mi corazón.
Fue entonces cuando, durante una reunión general de diferentes iglesias afiliadas, experimenté una de las intervenciones más profundas de Dios en mi vida. En medio de la multitud, mientras escuchaba a los líderes hablar, de repente, sentí una voz clara y distintiva que me decía: “Levántate, toma tu portafolio, sal… Y no mires hacia atrás”. La voz no era solo una sugerencia; era una orden. En ese momento, el temor y la duda intentaron invadir mi mente, pero algo dentro de mí sabía que esa era la voz de Dios. Mientras titubeaba que hacer, escuché de nuevo: “Levántate, toma tu portafolio, sal… Y no mires hacia atrás”. Era como si Dios estuviera guiando cada paso que debía dar. No era solo una llamada a dejar atrás esa iglesia, sino una invitación a dar un salto de fe, a dejar todo lo conocido y a confiar en Él para lo que vendría.
Esa fue otra de las grandes experiencias que marcaron un cambio en mi vida. Al igual que un desierto que se atraviesa en soledad, ese tiempo de separación se convirtió en un refugio, una oportunidad para encontrar mi verdadera identidad en Dios. Estuve sin congregarme durante dos años. Fue un periodo de reflexión, de reconstrucción interna, y de escuchar a Dios como nunca antes lo había hecho. Durante esos meses, el Espíritu Santo comenzó a abrir mis ojos a aspectos de las Escrituras que nunca había visto. Los pasajes que antes leía de manera superficial cobraron nueva vida. Cada verso se convirtió en una revelación personal, cada palabra, en una instrucción clara. Era como si las Escrituras, que antes sentía distantes o incompletas, ahora se me entregaran con una profundidad que nunca imaginé.
Dios no solo me enseñaba acerca de Su palabra, sino también de Su carácter, Su amor incondicional y la verdadera libertad que Él ofrece. El entendimiento que adquirí en ese tiempo no solo me fortaleció espiritualmente, sino que también me enseñó a confiar en Su dirección, incluso cuando el camino parecía incierto. Aunque me sentía solo en muchos momentos, su presencia era palpable y su voz, clara. Fue un tiempo de sanidad, de restauración, y de un entendimiento más profundo del evangelio, que poco a poco me fue transformando en una persona diferente.
En ese tiempo, recibí una llamada de mi primo e invitación inesperada, para asistir a una reunión en casa de unas personas que no conocía. Solía ser muy cauteloso en cuanto a involucrarme en nuevas actividades sin una clara aprobación de Dios, ya que en el pasado había recibido muchas invitaciones de diferentes personas y grupos, pero muchas veces esas invitaciones no iban en la dirección correcta. Sin embargo, esa vez algo dentro de mí me impulsó a decir sí. Era como si algo profundo en mi ser me dijera que debía asistir. Miré a mi esposa y le dije que se arreglara porque iríamos a ese encuentro, a ese lugar desconocido. No sabía qué esperar, pero confiaba en que, de alguna manera, Dios estaba guiando mis pasos.
Esa noche fue una de las más reveladoras de mi vida. Conocí a un grupo de hermanos que, al igual que yo, anhelaban algo más. Ellos también sentían un vacío, una insatisfacción con las estructuras tradicionales y buscaban una forma de vida cristiana más genuina, más cercana al corazón de Dios. Nos unió ese deseo profundo de conocer la verdad y vivir de acuerdo con ella. A través de ese encuentro, formamos una conexión especial, una hermandad que iba más allá de lo superficial. Estas personas (quienes nunca olvidaré) dejaron una huella profunda en mi ser. Su amor por Dios, su deseo de vivir conforme a Su voluntad, y la manera en que compartían su fe con humildad y pasión me conmovieron profundamente. Jamás olvidaré esa noche, fue un tiempo maravilloso de descubrimiento. Era como si todo lo que había vivido hasta ese momento se hubiera unido en ese preciso instante, como si hubiera encontrado un lugar donde realmente podía ser yo mismo y vivir en libertad bajo la guía de Dios.
Dios siempre tiene el tiempo perfecto para cada cosa. En ese momento, Él sabía que yo necesitaba esa experiencia, y, por su gracia, la proveía en el momento exacto. Mirando atrás, me doy cuenta de cuán importante fue esa oportunidad para fortalecer mi fe y mi visión del cuerpo de Cristo. Siempre agradezco a Dios por esas bendiciones y por los hermanos que, sin saberlo, ayudaron a encender una chispa que cambió mi vida para siempre. Fue el inicio de la Iglesia en San Mateo.
En ese entonces, éramos jóvenes e inexpertos en cuanto a los asuntos manipuladores de la iglesia sistemática. No teníamos idea de cómo las estructuras de poder dentro de la iglesia podían ser tan controladoras y, a veces, destructivas. Estábamos tan centrados en nuestro amor por Dios y en nuestro deseo genuino de hacer su voluntad, que no veíamos las dinámicas sutiles pero poderosas que existían en muchas de las instituciones religiosas. Era como si estuviéramos navegando por aguas desconocidas, sin comprender completamente las corrientes y mareas que nos rodeaban.
Y cuando se trata de gente y del corazón humano, rápidamente aprendí que solo el amor de Dios, el tiempo y la experiencia pueden producir lo que realmente se necesita para suplir tantas necesidades emocionales y espirituales. Nadie puede cambiar el corazón de un hombre o una mujer de manera duradera, excepto Dios mismo. Solo Él tiene el poder para transformar vidas, sanar heridas profundas y restaurar lo que ha sido quebrantado. No podíamos hacer eso por nuestra cuenta, aunque lo intentábamos con todo el fervor de nuestro ser. La sinceridad de nuestro deseo de servirle a Él era real, pero también descubrimos que el amor de Dios y la paciencia eran esenciales para sanar las heridas de los corazones rotos.
Nuestro deseo de compartir el reino de Dios y vivir en Él nos llevó a tener confrontaciones con aquellos que no entendían nuestra postura. No aceptábamos ninguna denominación terrenal como nuestra cabeza, ya que creíamos que solo Cristo es el cabeza de la iglesia. Puede que para muchos en ese entonces y ahora en día, esto pareciera ridículo o incluso irreverente, pero para nosotros era una verdad profunda que no podíamos ignorar. Sentíamos un genuino llamado de Dios, un llamado que no se ajustaba a los límites de una iglesia tradicional o denominacional. Queríamos ser parte de un movimiento que viviera según el evangelio puro, sin las barreras de los intereses humanos y el control institucional.
Sin embargo, como suele suceder en los caminos de Dios, fuimos tocados por el sistema religioso, un sistema que, aunque parecía tener una base legítima, estaba impregnado de prácticas y actitudes divisivas que contradecían el corazón de lo que queríamos vivir. La mano controladora y manipuladora del hombre se hizo sentir, incluso en los lugares donde menos lo esperábamos. Fue un proceso doloroso de aprendizaje, pero también un tiempo de crecimiento espiritual. Aprendimos que la verdadera libertad en Cristo no depende de las estructuras humanas, sino de la relación personal con Él, guiados por su Espíritu Santo.
Mucha gente se siente inconforme con el sistema actual de la iglesia y sus doctrinas, y, como resultado, busca alternativas que les ofrezcan algo más auténtico y cercano a lo que creen que debe ser la verdadera enseñanza cristiana. Esta búsqueda no es algo nuevo; la experiencia de Jesús fue, en muchos sentidos, esencialmente la misma. Él vino a confrontar los sistemas religiosos establecidos de su tiempo, ofreciendo una verdad que no encajaba con las expectativas de la sociedad o de los líderes religiosos. Su vida fue un testimonio de desafío, amor y verdad. De manera similar, los profetas que vinieron antes de Él también vivieron en desacuerdo con los sistemas y doctrinas de su época, buscando siempre restaurar al pueblo a una relación genuina con Dios. Esta constante lucha por encontrar y vivir en la verdad es algo que ha marcado la historia de la fe, y sigue siendo relevante hoy.
La naturaleza de la verdad, como enseñó Jesús y los profetas, es confrontativa. La verdad no solo ilumina lo correcto, sino que también analiza, expone y destruye el error. Es una espada de dos filos que no permite que los falsos sistemas y enseñanzas permanezcan ocultos. La verdad, cuando se encuentra en su forma más pura, no solo señala el error, sino que también lo desmantela, invitando a las personas a un cambio radical en su manera de pensar y vivir. Y este proceso, aunque doloroso y desafiante, es esencial para una vida genuina en Cristo.
Regresando a los años 1980’s, después de un tiempo de búsqueda y de estudio profundo de la palabra de Dios, llegando a los anos 1990’s sentí que Él me llamaba a algo más específico: a establecer un ministerio de oración y enseñanza espiritual. No tenía idea de lo que me esperaba. Sentía un impulso en mi corazón, pero también una gran incertidumbre sobre cómo se llevaría a cabo todo eso. Lo único que sabía con certeza era que, si Dios me había llamado, entonces debía seguir Su dirección, sin importar cuán incierto o aterrador pareciera el camino por delante.
Este ministerio, que comenzó con humildes pasos y una fe sincera, no estaba destinado a ser una mera institución religiosa, sino un servicio a la iglesia universal, al Cuerpo de Cristo, compuesto por todos los creyentes como miembros individuales, que muy pocos entendían en ese entonces. Lo que Dios nos mostró es que nuestra misión era servir al Espíritu, guiados por Él en todo lo que hiciéramos. El propósito no era quedarnos atrapados en las estructuras humanas y organizativas que muchas veces pueden volverse rígidas y controladoras, sino vivir como verdaderos siervos del Espíritu, dejando que Él nos guiara y nos llevara a hacer Su voluntad en cada momento.
Cuando comenzamos este ministerio, sentíamos una conexión especial con la historia de David y su compañía de hombres que, como él, sobrevivieron en el desierto. Ellos no eran una gran fuerza organizada ni un ejército poderoso, sino un grupo de personas que, en medio de la adversidad, se unieron con un propósito claro: buscar a Dios con todo su corazón. Al igual que ellos, nosotros nos reunimos con la meta de enfocarnos totalmente en Dios, no solo como una idea abstracta, sino como un Ser viviente, que sigue moviéndose y obrando en el mundo. Este no es un Dios distante o inaccesible, sino un Dios que sigue trabajando en el mundo literal que nos rodea, y también en nuestro mundo interno, en nuestros corazones y mentes.
El ministerio dado por Dios, Casa de Oración – El fundamento SU Consejo – al igual que el de tantos otros a lo largo de la historia, no buscaba ser un espacio aislado de la sociedad, sino una extensión de la visión de Dios para el mundo. Era un ministerio basado en la oración, en la enseñanza que alimenta y transforma, y en la búsqueda constante de la voluntad divina. Cada reunión, cada encuentro, era una oportunidad para alinearnos con los propósitos eternos de Dios, permitiendo que Su Espíritu se moviera libremente entre nosotros.
Este sitio, este espacio que compartimos, es una extensión de esa visión original: un lugar donde la palabra de Dios es viva y activa, donde la oración es el fundamento, y donde cada miembro tiene un papel vital en el Cuerpo de Cristo. No se trata de un lugar donde las estructuras humanas son las que dirigen, sino un lugar donde el Espíritu Santo tiene la libertad de guiarnos y transformarnos de adentro hacia afuera. Aquí, como en los primeros días de nuestro ministerio, buscamos no solo enseñar, sino vivir lo que predicamos, experimentando una comunión real con Dios y con los demás.
Aquí encontrarás estudios bíblicos con un énfasis especial en el reino de Dios, un reino que no es de este mundo, pero que, al mismo tiempo, debe reflejarse en nuestra vida diaria. Queremos ofrecerte una enseñanza profunda que va más allá de los conceptos superficiales, ayudando a descubrir lo que significa vivir bajo el gobierno de Dios y cómo Su reino impacta cada área de nuestra existencia. Además, incluimos mensajes escritos que profundizan en estos temas, y muy pronto ofreceremos también mensajes en formato de audio, para que puedas llevar estos estudios contigo y escucharlos en cualquier momento.
Es importante recordar que la sinceridad, aunque es un valor esencial, no es una garantía de que siempre estemos en lo correcto. Todos somos humanos y nuestras percepciones pueden estar limitadas. Sin embargo, nuestra sincera búsqueda es encontrar esa unión perfecta entre la verdad y el amor, porque creemos que son inseparables. La verdad no es algo que se pueda separar de la gracia y el amor de Dios, y es ese amor el que debe darnos la motivación para compartir Su palabra. Nuestra convicción es que la verdad, cuando es presentada con amor, tiene el poder de transformar vidas y restaurar lo que está roto.
Nuestro propósito principal es ser una bendición para todos, sin prejuicios ni restricciones. Queremos dejar de lado las barreras, las reglas humanas y los dogmas que muchas veces dividen a la iglesia y al pueblo de Dios. Sabemos que la unidad no se puede forzar, pero nuestro deseo es traer todo aquello que nos separa, ya sean diferencias de pensamiento, tradiciones o interpretaciones, para que, a través del amor y la búsqueda sincera de la verdad, todos lleguemos a la unidad de la fe. Deseamos alcanzar el conocimiento pleno del Hijo de Dios, el cual nos lleva a una madurez espiritual, a una condición de un hombre maduro, capaz de reflejar la imagen de Cristo en su vida diaria, en sus decisiones y relaciones. Queremos llegar a esa medida de la estatura de la plenitud de Cristo, que no es un simple objetivo teórico, sino una experiencia vivida, una transformación diaria que nos acerca cada vez más a la imagen del Salvador.
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Te enviamos un cordial saludo en Él, confiando en que cada paso que demos juntos será guiado por Su gracia y Su amor.
Rafael
1 de Mayo de 2025