Su Fundamento

Heredando las Promesas del Pacto a través de la fe en Jesús – Parte 8 FINAL

Sara, el Nuevo Pacto y la Libertad en Cristo

Pablo hace un contraste clave en Gálatas 4 entre Sara, la esposa libre de Abraham, y Agar, la esclava, para ilustrar las diferencias entre el antiguo pacto (basado en la ley) y el nuevo pacto (de gracia y fe en Cristo). Sara, como mujer libre, representa el nuevo pacto, el pacto de libertad, que está basado en la gracia de Dios y la fe en Jesús como el Mesías.

1. Sara y el Nuevo Pacto: La Libertad de la Gracia

Al igual que Sara, que era libre y madre de Isaac, aquellos que tienen fe en Jesucristo son considerados hijos de SaraSara simboliza el pacto eterno, el pacto que no está basado en las obras de la carne, sino en la promesa de Dios. El nacimiento de Isaac, el hijo de la promesa, ocurrió en un milagro de Dios, pues tanto Abraham como Sara eran mayores y, humanamente hablando, no podían tener hijos. Esto subraya que Isaac fue nacido por la voluntad de Dios, y no por los esfuerzos humanos.

Gálatas 4:22-23, 26;

22 Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos, uno de la sierva y otro de la libre. 23 Pero el hijo de la sierva nació según la carne, y el hijo de la libre por medio de la promesa.

Gálatas 4:26,

26 Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre.

Este nuevo pacto es el pacto que trae la salvación por la fe, y aquellos que nacen de nuevo por el Espíritu Santo se asocian con Isaac, el hijo de la promesa, nacido de Sara, quien representaba la libertad que solo viene de Dios. Esto está en contraste con el antiguo pacto, que dependía de la obediencia a la ley y estaba asociado con Agar, la esclava.

Isaac, nacido según la voluntad de Dios, es un tipo de Jesucristo, quien es la verdadera simiente de Abraham y la promesa cumplida de Dios para la redención de la humanidad. Así como Isaac fue el hijo esperado, Jesucristo es el Mesías esperado y la simiente de Abraham que cumple las promesas hechas a él. En Cristo, todos los creyentes (tanto judíos como gentiles) son considerados hijos de Abrahamherederos de las promesas que Dios hizo a través de la fe en Cristo Jesús (Gálatas 3:29).

2. La Jerusalén de Arriba: El Reino Eterno

Pablo también hace referencia a la Jerusalén de arriba, que representa la ciudad celestial y el reino de los cielos, al que los creyentes tienen acceso por medio de la fe en Cristo Jesús. Esta es la verdadera Jerusalén, el reino eterno, al cual pertenecen aquellos que han sido nacidos de nuevo del Espíritu.

El nuevo pacto no está limitado a un lugar físico, como el templo en Jerusalén bajo el antiguo pacto, sino que es un pacto que involucra una transformación interna de los creyentes, una transformación que se experimenta en el corazón y que los pone en una relación directa con Dios a través de Jesucristo. Este reino, que ya comienza a manifestarse en los creyentes, se cumple plenamente en la segunda venida de Cristo, cuando todo el mundo será redimido y aquellos que pertenecen a la Jerusalén celestial disfrutarán de la eternidad con Dios.

3. Isaac: Un Tipo de Jesús, la Simiente Prometida

El nacimiento de Isaac de Sara, al ser un milagro divino, prefigura el nacimiento milagroso de Jesús, quien fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de MaríaIsaac fue el hijo de la promesa, nacido según la voluntad de Dios, al igual que Jesús vino al mundo como el Mesías prometido, nacido según la voluntad de Dios para redimir a la humanidad del pecado y la muerte.

Así como Isaac fue el heredero de las promesas dadas a AbrahamJesucristo es el heredero principal de todas las promesas de Dios, y a través de Él, los creyentes somos hechos herederos también. Los creyentes en Cristo no solo reciben una herencia espiritual, sino que son adoptados como hijos de Dios y herederos del reino de Dios.

Isaac, nacido en la libertad, es un tipo de Cristo quien vino para liberarnos de la esclavitud del pecado y la muerte, para hacernos libres en Él. Por lo tanto, aquellos que tienen fe en Jesús son considerados hijos de Sara, ya que son hijos de la promesa, nacidos no de la carne, sino del Espíritu, y herederos del pacto eterno que se cumple en Cristo.

4. La Liberación del Pecado y la Muerte

El contraste entre Isaac y Ismael es crucial. Ismael nació de la esclava Agar y representa a aquellos que buscan la salvación a través de las obras de la ley, los cuales siguen en esclavitud al pecado. Por otro lado, Isaac representa a aquellos que han sido nacidos de la promesa y, por lo tanto, liberados del pecado y la muerte a través de la fe en Jesucristo.

La libertad en Cristo es una libertad espiritual, una liberación de la esclavitud del pecado, y esta libertad solo es posible porque Cristo es el hijo de la promesa, quien vino a cumplir la voluntad de Dios para traer la salvación a toda la humanidad.

Gálatas 4:30,

Pero, ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la sierva y a su hijo, pues el hijo de la sierva no será heredero con el hijo de la libre.

Gálatas 4:31,

Así que, hermanos, no somos hijos de la sierva, sino de la libre.

Gálatas 5:1,

Para libertad fue que Cristo nos hizo libres; por tanto, permaneced firmes, y no os sometáis otra vez al yugo de esclavitud.

Pablo, al usar la alegoría de Sara e Isaac en comparación con Agar e Ismael, subraya una verdad crucial: el nuevo pacto es un pacto de libertad y gracia, basado en la fe en Jesucristo, el hijo de la promesa. Al igual que Isaac, los creyentes en Jesucristo son hijos de la promesa, herederos del pacto eterno, y liberados del pecado y la muerte. Este pacto eterno es el reino de Dios, representado por la Jerusalén celestial, y aquellos que están en Cristo, como los hijos de Sara, son miembros de este reino eterno.

Hebreos 12:22,

Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles,

Este mensaje resalta la centralidad de la fe en Cristo y la transformación que se produce cuando nacemos de nuevo por el Espíritu Santo, siendo liberados del pecado y hechos hijos de Dios.

Cuando se identifica a los judíos físicos, naturales (aquellos que no tienen fe en el Mesías, es decir, que no han aceptado a Jesús como el Salvador) como el pueblo de Dios, varios puntos cruciales están en juego, y las implicaciones son profundas tanto desde el punto de vista teológico como práctico. A continuación, detallo algunas de las cuestiones que están en juego:

1. Confusión sobre el Nuevo Pacto

El principal riesgo es confundir el antiguo pacto con el nuevo pacto establecido por Jesucristo. En el Antiguo Testamento, Dios hizo un pacto con el pueblo de Israel basado en la ley y las promesas físicas condicionales relacionadas con la tierra de Israel, las bendiciones materiales y la prosperidad. Sin embargo, el Nuevo Pacto, ratificado por la sangre de Cristo, establece que la salvación no se basa en la descendencia física ni en la observancia de la ley, sino en la fe en Jesucristo (Romanos 10:9). Este pacto es para todos, judíos y gentiles, que acepten a Cristo como el Salvador.

Al identificar a los judíos físicos sin fe en Jesús como el pueblo de Dios, se desconoce que la salvación y el pacto eterno en este nuevo tiempo solo se alcanzan a través de Cristo. De acuerdo con las Escrituras, la fe en Jesús es el criterio para ser parte del pueblo de Dios, no la descendencia física (Gálatas 3:29). Jesús es el cumplimiento de las promesas hechas a Abraham, y solo a través de Él se entra en el verdadero pueblo de Dios.

 Juan 14:6,

6 Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.

2. Peligro de Redefinir la Salvación

Al enfocarse exclusivamente en la descendencia física como la base para ser considerado parte del pueblo de Dios, se minimiza la centralidad de Cristo. La salvación es exclusivamente por gracia a través de la fe en Jesucristo, y no por obras de la ley o por pertenecer a un grupo étnico particular (Efesios 2:8-9). Si se piensa que el pueblo de Dios sigue determinado por la descendencia física o la observancia externa de la ley, se corre el riesgo de desviar el mensaje del Evangelio y de llevar a las personas a creer que pueden ser salvas sin la necesidad de una relación personal con Jesús.

3. La Inclusión de los Gentiles en el Pueblo de Dios

Un punto crucial es que el Nuevo Pacto ha sido extendido a todos los pueblos (gentiles incluidos), no solo a los judíos. Al insistir en que los judíos sin fe en el Mesías siguen siendo el pueblo exclusivo de Dios, se ignora que, a través de Jesús, todas las naciones pueden ser reconciliadas con Dios. El apóstol Pablo lo explica claramente en Romanos 10:12-13: “Porque no hay distinción entre judío y griego, pues el mismo Señor es Señor de todos, y abundante en riquezas para todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo.” De este modo, cualquier intento de excluir a los gentiles o de limitarlos a una posición secundaria en el reino de Dios, va en contra de la enseñanza del Nuevo Testamento, que señala que todos los creyentes en Cristo, sin importar su origen, son herederos de las promesas.

4. La Exclusividad de Jesús como el Único Camino

Jesús mismo dejó claro que Él es el único camino al Padre (Juan 14:6). Si se considera que los judíos según la carne (es decir, aquellos que no han aceptado a Jesús) pueden ser considerados como el pueblo de Dios sin necesidad de fe en Él, se niega la exclusividad de Cristo y se abre la puerta a un pluralismo religioso que diluye la centralidad de la obra redentora de Jesús. La Escritura enseña que solo a través de Él podemos ser reconciliados con Dios y obtener la salvación.

Hechos 4:12,

12 Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.

5. El Riesgo de No Ver el Propósito del Antiguo Pacto

El Antiguo Pacto, aunque sagrado y significativo, tenía como propósito apuntar hacia la venida de Jesús. Los sacrificios, el sacerdocio, la ley, todo eso prefiguraba lo que Cristo haría en Su sacrificio en la cruz. Cuando se enfoca en el pacto antiguo sin reconocer que su cumplimiento está en Cristo, se pierde el propósito real de ese pacto y se impide a las personas ver el camino de salvación que está ahora revelado en Jesucristo. Además, como Pablo dice en Gálatas 3:24, la ley fue un pedagogo para llevarnos a Cristo. Sin este reconocimiento, se queda atrapado en un sistema legalista que ya no tiene poder para salvar.

6. Aislamiento y Desconocimiento de la Verdadera Identidad del Pueblo de Dios

Finalmente, el mayor riesgo es el aislamiento de aquellos que necesitan escuchar el Evangelio. Si se perpetúa la idea de que solo los judíos físicos (sin fe en Cristo) son el pueblo de Dios, se corre el riesgo de dejar fuera a miles de personas de diferentes orígenes que tienen la fe en Jesús y que ahora forman parte del verdadero pueblo de Dios. El Evangelio no se limita a un solo pueblo, sino que es para todos los que creen. Al enfocarse en una identidad exclusiva basada en la carne, se margina a los gentiles y se ignora que, por medio de Cristo, todos los creyentes son un solo cuerpo (Efesios 2:14-16).

En resumen:

Al identificar a los judíos físicos sin fe en el Mesías como el pueblo de Dios, se corre el riesgo de despojar al Evangelio de su mensaje central: que solo a través de la fe en Jesucristo podemos ser reconciliados con Dios y entrar en la verdadera descendencia espiritual de Abraham. Esto distorsiona el propósito del Antiguo y el Nuevo Pacto, niega la universalidad del mensaje de salvación y pone en peligro la correcta comprensión de quién es realmente el pueblo de Dios.

La fidelidad a Dios a través de la fe en Jesucristo. Es esencial comprender que la verdadera herencia y pertenencia al pueblo de Dios no se basa en la descendencia física ni en las obras de la ley, sino en nacer de nuevo por el Espíritu y reconocer a Jesús como el Mesías.

La tierra prometida física, como mencionas, fue solo un tipo y sombra de la promesa espiritual que se realiza en Cristo. Aquellos que han creído en Él y han sido regenerados por el Espíritu son los herederos legítimos del reino de los cielos. El reino espiritual al que Jesús nos invita es eterno, y lo que experimentamos aquí en la tierra es solo un paso temporal hacia esa gloria eterna.

Como bien dices, es importante mantener la mirada fija en Cristo y en las promesas que Él nos ha dejado. Las dificultades de este mundo son momentáneas, pero lo que nos espera en Su reino es mucho mayor de lo que podemos imaginar.

 Romanos 8:18,

18 Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.

Que esa esperanza en el reino de Dios fortalezca y anime a cada uno de nosotros mientras vivimos para Su gloria. ¡Que la paz y la gracia de nuestro Señor Jesús te acompañen siempre!

Apocalipsis 21:1-4,

1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.

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