Su Fundamento

La Naturaleza de Dios

¿Cuál prevalece en nuestras vidas, el temor de Dios o Su amor?

Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. (2 Timoteo 1:7)

No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino. (Lucas 12:32)

!Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!  (Hebreos 10:31)

Recuerdo haber escuchado citar y predicar en varias ocasiones Hebreos 10:31, y siempre me impresionó, porque decía la Biblia que era algo terrible caer en Sus manos.

Esto fue muy confuso. Ya que decimos: “Dios es amor” y leemos, “es horrendo caer en sus manos.” Una dualidad espantosa cuando no se conoce el carácter y persona de Dios.

El Dualismo

Este dualismo entró en la Cristiandad por medio de las enseñanzas del gnóstico Mani, un líder persa y fundador de una religión mística entre 215-276 d.C. Mani promovió una doctrina ascética basada en un dualismo moral – el bien contra el mal en una lucha eterna (Ball, 2001). Hoy en día, el pensamiento cristiano no difiere al de Mani. Esta idea crea la posibilidad que Dios pudiera perder contra Satanás.

Nada es más lejos de la verdad. Dios nunca pierde.

Dios es Amor

No recuerdo haber escuchado nunca un sermón basado en las Escrituras que “Dios es Amor” (1 Juan 4: 8; 1 Juan 4:16; 2 Corintios 13:11). Si Él es amor (y lo es), ¿cómo puede ser horrendo caer en Sus manos?

Pablo declaró a Timoteo:

Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. (2 Timoteo 1:7)

Si Dios, no nos dio un espíritu de miedo, ¿dónde aprendimos tantos de nosotros a temerle?

Tenemos estos “pequeños” pecados (prefiero “fallar a la marca”, que es la definición de pecado), con los cuales muchos hayamos luchado, pero que aún hasta este tiempo no podemos dominar.

Pablo describe este dilema en Romanos 7:18-19,

18 Y yo sé que, en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. 19 porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.

Clama desesperadamente:

¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24)

No nos deja frustrados allí, pero responde a su pregunta espléndidamente.

“Por lo tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1)

Pero, ¿cómo pasamos de “cuerpo de muerte” a “ninguna condenación”?

Pablo ya nos dio la respuesta en el capítulo 7, pero yo no la entendía. Así pasaron muchos años. Es muy simple, brillante, pero no lo entendía. Pablo da el ejemplo de una mujer casada que está obligada por la ley a su esposo, y por lo tanto sería una adúltera si se casara con otro. Si su esposo muriere, ella es libre de casarse con otro.

Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido.

Luego expone lo que pasé por alto durante décadas: Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. (Romanos 7:4)

Estamos muertos a la ley, afirmó Pablo. ¿Qué significa esto? Porque sin la ley el pecado está muerto. (Romanos 7:8)

Para decirlo de otra manera, que fue un mensaje liberador: ¡los muertos no pecan! La ley ya no puede matarnos porque fue clavada en la cruz: 13 Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, 14 anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz (Colosenses 2: 13-14)

Esto no implica que tenemos luz verde para pecar voluntariamente.

¿Entonces qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡De ningún modo! (Romanos 6:15)

Como humanos, todos cometemos errores de los cuales no estamos orgulloso. El propósito de la santificación es presentarnos a Dios para que purifique nuestros corazones. Está muy claro, Dios hace esto en nosotros. Somos incapaces de limpiarnos o santificarnos con métodos, o talleres, psicólogos o místicas religiosas, aparte de la sangre de Jesús.

Venciendo el Temor

Para mí, este es el antídoto contra el miedo que solía surgir en mí cuando pensaba en Hebreos 10:31. Su amor perfecto es la respuesta a nuestros temores, porque como el Apóstol Juan sabiamente señaló: 18 En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. (I Juan 4:18)

Este maravilloso pasaje, me ha sido de gran ayuda. Cuando tengo temores, le pido a Dios que fortalezca mi fe en su amor; porque sabemos, que el miedo es paralizante, intimidante y totalmente destructivo para la fe, sin lo cual estamos atrapados en el pantano de nuestras propias cosas neuróticas.

Saber que el amor de Dios es suficiente y que Él hace TODAS las cosas perfectas, me permite pedirle por Su fe, que no tenga temor al temor. Todo es Cristo en mí, mi única esperanza de gloria. Las palabras triunfantes de Pablo han estado reverberando alegremente a través de los siglos, creciendo en un coro jubiloso a un glorioso crescendo entre los hijos de Dios. Qué salvador; ¡Qué padre tenemos!

Romanos 8:35, 37-39,

35 ¿Quién podrá arrebatarnos el amor que Cristo nos tiene? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, el miedo a la muerte? 37 Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. 38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

Padre, nos rendimos ante ti en alabanza y alegría al contemplar la altura y la profundidad, la amplitud y el alcance de tu amor incondicional por nosotros.

La gloria, el poder y la majestad residen bajo los pies de nuestro Dios y salvador Jesucristo. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.

Apocalipsis 5:5, Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos.

1 Juan 5:4, Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.

Nos has elegido, nos has salvado de nosotros mismos y has hecho posible que vivamos victoriosamente en Cristo. Unimos nuestras voces:  “y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas y como el sonido de fuertes truenos, diciendo:” ¡Aleluya! ¡Porque el Señor Dios Omnipotente reina!” Amén.

Referencias

Ball, Warwick. (2001). Rome in the east: The transformation of an empire. Abingdon, UK: Routledge.

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