Los griegos, o gentiles, a veces así llamados por Pablo, los no judíos, eran los élites intelectuales de su época. Y en el mundo griego, lo que se valoraba era la sabiduría filosófica. Allí en el Areópago, la colina cerca del Partenón donde Pablo dio su discurso a la gente de Atenas, registrado en el libro de los Hechos, los filósofos se paraban en la colina y declaraban su versión de la verdad a los oyentes, y los hombres sabios que escuchaban, los debatían. El debate era un deporte de gran estima. Las palabras importaban, y ganar con las palabras importaba sobre todo. Era necesario saber discutir un tema. Decir que “La Palabra se hizo carne” era absurdo. Decir que la Palabra hecha carne sufrió y murió en una cruz, era humillante y repugnante. Decir que “Palabra” era Dios, era un oxímoron: en el panteón griego, los dioses no murieron.
“La insensatez de la cruz”, escribe un erudito, “destruye descaradamente la sabiduría del mundo”.
Si los griegos buscaban sabiduría, los judíos exigían señales, y no simples señales, sino señales de poder y fuerza. Era comprensible, de verdad. Estaban en el lado perdedor de la historia. “El mundo valora a los vencedores y desprecia a los vencidos”, escribió alguien. Esa parte no ha cambiado. Así que era natural que pensaran que Dios viniera con poder y majestad, para derrocar al Emperador y tomar el trono.
¿Y qué hay de nosotros? ¿Qué exigiría nuestra edad? Por supuesto, preferiríamos… Un Dios de poder y majestad, un Dios que gobierna desde un trono en el cielo, un Dios que arroje rayos y se vea en los poderosos vientos y tormentas de la naturaleza. Eso tiene una especie de sentido elemental. Preferiríamos el Dios de Miguel Ángel pintado en el techo de la Capilla Sextina: enorme, musculoso, potente, muy parecido al Zeus de la mitología griega.
La fe cristiana tiene que ver con un Dios que no es perfecto en el sentido filosófico griego de la palabra, sino un Dios que ríe y llora, que se regocija y gime, un Dios capaz de un amor profundo, un Dios, quien por amor sufre.
Un Dios que nos llama a no tener éxito sino a sacrificarnos. Esto no se trata de superación personal.
“Hasta que hayas erradicado los males en tu corazón, no debes obedecerle, porque el corazón busca aumentar lo que ya tiene almacenado dentro”. San Marcos el asceta, sobre la ley espiritual
Los humanos, pobres orgullosos, no podemos entender el poder de esta sabiduría sin la “necedad” de la Cruz de Jesucristo.
Vemos que los griegos, estos eran los griegos paganos del día del Señor quienes se enorgullecían de sus siglos de filosofía y aprendizaje, consideraban que la “palabra de la cruz” era necedad o estupidez. Por supuesto. Para una persona educada, la afirmación de que un Maestro derrotado y humillado públicamente sería un buen modelo a seguir y vivir era algo absurdo. Es mejor seguir la filosofía de los exitosos y los victoriosos. Seguir a un muerto como maestro era una tontería para los griegos paganos del día del Señor. Confiaron en su filosofía barata. Pero la “palabra de la cruz” es la respuesta de Dios a nuestras inseguridades locas y nuestro orgullo inmerecido.
Es la cruz que parece locura al mundo dominado por el miedo a la muerte, pero esa es la verdadera sabiduría de Dios. La verdad es que la respuesta de Dios para nosotros hoy en día es la cruz. Para nuestro orgullo – la cruz. A nuestro letargo espiritual: la cruz. A nuestros miedos y dudas – la cruz. ¡A nuestra falsa confianza – la cruz! La “palabra de la cruz” es la forma en que Dios crucifica nuestro orgullo.
Hoy en día, ¿estás listo para escuchar la “palabra de la cruz”? ¿Estás luchando con la incompatibilidad de la fe con nuestra sociedad moderna? La respuesta es la cruz. Nunca escaparemos del callejón sin salida del mundo sin Cristo, sin la cruz. Es la cruz que mata a todo lo que está enfermo en la humanidad, y después de la cruz viene la resurrección. ¡Gracias a Dios por la cruz!
Los griegos nos proveyeron la filosofía y el humanismo.
Jesús ya no está clavado en el madero. Pero déjeme decirle que tiene la marca de esos clavos en sus manos, esa es la señal de que sí, fue clavado en el madero.
Juan 20:27,
27 Luego le dijo a Tomás: Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe.
Zacarías 13:6-8,
6 Y le preguntarán: ¿Qué heridas son estas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos.