¿Cuándo ocurrió?
La conquista tuvo lugar en el año 539 a.C., cuando Ciro II el Grande, rey de Persia, derrotó al Imperio Neobabilónico y tomó la ciudad de Babilonia casi sin derramamiento de sangre.
El Imperio Babilónico, bajo el rey Nabucodonosor II, había sido una gran potencia, famoso por la destrucción de Jerusalén y el exilio del pueblo judío (586 a.C.). Sin embargo, tras su muerte, el reino entró en decadencia.
El último rey, Nabónido, era impopular entre los sacerdotes y el pueblo. Su hijo Belsasar gobernaba como corregente en Babilonia. En ese momento, el Imperio Persa ya se había expandido rápidamente bajo el liderazgo de Ciro, quien había conquistado Media, Lidia y varias otras regiones.
La conquista en sí
Según registros históricos (como los de Heródoto, el Cilindro de Ciro, y documentos babilónicos), Ciro avanzó hacia Babilonia y venció al ejército babilónico en la batalla de Opis (al norte del Éufrates). Luego: Sus ingenieros desviaron el río Éufrates, que cruzaba Babilonia.
Las tropas persas entraron por el lecho seco del río, atravesando las puertas de la muralla que normalmente estaban cerradas, pero que, por descuido o confianza excesiva, habían quedado abiertas. La ciudad fue tomada sin una gran batalla, y el pueblo babilonio no resistió; de hecho, muchos lo vieron como un libertador.
La conquista en la Biblia
Fue Belsasar quien hizo gran banquete la noche en que la ciudad fue entregada en manos de los medos y los persas (cf. Daniel 5:1, 30-31). Los detalles de dicha conquista serán narrados más adelante, al tratar la escritura que apareció en el muro del palacio (Daniel 5:5-28), donde la mano de Dios escribió el destino del rey.
En los días del reinado de Belsasar llegó a su fin el gran imperio de Babilonia, conforme a lo profetizado. Desde los días de Nabucodonosor, rey de Babilonia, dicho imperio había ejercido dominio y señorío sobre todas las naciones (Daniel 2:37-38).
Por espacio de unos setenta años —según la palabra del Señor por boca del profeta Jeremías (Jeremías 25:11-12; Jeremías 29:10)— fueron años cargados de acontecimientos: Jerusalén fue tomada, la ciudad y el templo fueron destruidos (2 Reyes 25:8-10), y el reino del sur, Judá, fue llevado cautivo a Babilonia (2 Reyes 25:11; 2 Crónicas 36:17-21).
Finalmente, el quinto mensaje de Jeremías fue un rollo profético (Jeremías 50, 51) enviado a Babilonia por medio de Seraías (Jeremías 51:60-64). Él debía leerlo fuera de las puertas de la ciudad, luego sellarlo en un recipiente hermético y arrojarlo al río Éufrates.
60 Escribió, pues, Jeremías en un libro todo el mal que había de venir sobre Babilonia, todas las palabras que están escritas contra Babilonia. 61 Y dijo Jeremías a Seraías: Cuando llegues a Babilonia, y veas y leas todas estas cosas, 62 dirás: Oh Jehová, tú has dicho contra este lugar que lo habías de destruir, hasta no quedar en él morador, ni hombre ni animal, sino que para siempre ha de ser asolado. 63 Y cuando acabes de leer este libro, le atarás una piedra, y lo echarás en medio del Éufrates, 64 y dirás: Así se hundirá Babilonia, y no se levantará del mal que yo traigo sobre ella; y serán rendidos.
Setenta años después, cuando los medos y los persas vinieron a conquistar Babilonia, secaron el río y entraron a la ciudad por el lecho seco del río. Fue entonces cuando, sin duda, las tropas descubrieron este recipiente, y supieron que estaban cumpliendo la profecía de Jeremías ese mismo día.
Jeremías 50:63-64,
63 Y tan pronto termines de leer este rollo (o libro), le atarás una piedra y lo arrojarás en medio del Éufrates, 64 y dirás: «Así se hundirá Babilonia y no se levantará más, por la calamidad que traeré sobre ella; extenuados sucumbirán». Hasta aquí las palabras de Jeremías.
La conquista de Babilonia es narrada simbólicamente en el libro de Daniel, capítulo 5:
Esa noche, mientras Belsasar celebraba un banquete usando los utensilios sagrados del Templo de Jerusalén, una mano misteriosa escribió en la pared:
“Mene, Mene, Tekel, Uparsin”, que el profeta Daniel interpretó como el fin del reino y su entrega a los medos y persas.
Daniel 5:26–28,
“Tu reino ha sido contado y puesto fin a él… ha sido dado a los medos y a los persas.”
El capítulo termina diciendo:
“30 Aquella misma noche fue muerto Belsasar, rey de los caldeos. 31 Y Darío el medo recibió el reino, siendo de sesenta y dos años.”
– Daniel 5:30-31
Esta figura de Darío el Medo es tema de debate histórico (no está claramente identificado en registros fuera de la Biblia), pero lo importante es que la Biblia atribuye la caída de Babilonia a los medos y persas como instrumento del juicio divino.
Fuentes arqueológicas
El Cilindro de Ciro, un texto cuneiforme hallado en Babilonia, confirma este evento. En él, Ciro declara que:
Entró en Babilonia sin lucha.
Fue recibido con alegría por el pueblo.
Liberó a pueblos exiliados (incluidos los judíos) y restauró sus templos.
Este documento apoya el relato bíblico de Esdras 1:1–4, donde Ciro autoriza el retorno de los judíos a Jerusalén y la reconstrucción del Templo.
1. Antecedentes: Medos y Persas
Antes del surgimiento del imperio, los medos y los persas eran pueblos indoeuropeos que se establecieron en la meseta iraní:
Los medos: Vivían en el noroeste de Irán (Media) y fueron uno de los primeros grupos en formar una estructura política organizada. Se independizaron del dominio asirio alrededor del siglo VII a.C.
Los persas: Eran originalmente vasallos de los medos, vivían al sur (en Persis, actual Fars). Eran considerados un pueblo menor hasta el ascenso de Ciro.
2. Ascenso de los Medos (siglo VII a.C.)
Rey Ciáxares (625–585 a.C.): Unificó a las tribus medas y jugó un papel clave en la caída del Imperio Asirio, aliándose con los babilonios.
Tras la caída de Nínive (612 a.C.), los medos compartieron el control del antiguo imperio asirio con los babilonios.
Aunque los medos fueron poderosos durante un tiempo, su hegemonía fue breve.
3. Ascenso de Ciro II el Grande (c. 559–530 a.C.)
Ciro, el rey de Anshan (una ciudad-estado persa), inició una serie de campañas que cambiarían la historia:
550 a.C. – Derrota de los Medos: Ciro se rebeló contra su abuelo, el rey medo Astiages, y lo derrotó. Unificó a los medos y los persas bajo su liderazgo. Esto marca el inicio del Imperio Persa.
Su estrategia fue integrar a los medos, no destruirlos, permitiendo que la nobleza meda retuviera poder administrativo.
4. Expansión del Imperio bajo Ciro el Grande
Ciro II consolidó y amplió enormemente el imperio:
546 a.C. – Conquista de Lidia (Asia Menor): Derrotó a Creso, rey de Lidia (en lo que hoy es Turquía).
539 a.C. – Conquista de Babilonia: Derrotó al Imperio Neobabilónico sin mucha resistencia. Fue recibido como libertador. Permitió el regreso de los judíos a Jerusalén (de ahí su mención en la Biblia).
Fue célebre por su tolerancia religiosa y cultural, lo que consolidó su poder sobre pueblos muy diversos.
5. Consolidación bajo Cambises II y Darío I
Después de Ciro, sus sucesores consolidaron y ampliaron aún más el imperio:
Cambises II (530–522 a.C.): Hijo de Ciro. Conquistó Egipto tras la batalla de Pelusio (525 a.C.).
Darío I el Grande (522–486 a.C.): Uno de los más grandes emperadores. Reorganizó el imperio en satrapías (provincias), creó una red de caminos imperiales (como el Camino Real Persa), y promovió una administración eficiente y multilingüe.
Durante su reinado, el Imperio Persa alcanzó su máxima extensión, desde el Indo hasta el Egeo, y desde Egipto hasta Asia Central.
El Imperio Medo-Persa y su ascenso se puede entender mejor dividiendo el proceso en varias etapas clave que abarcan desde la unificación de los medos y persas hasta la consolidación del poder bajo Ciro II el Grande.
En el siglo VI a.C., los judíos fueron exiliados a Babilonia tras la destrucción de Jerusalén y su Templo (586 a.C.) por Nabucodonosor II, rey de Babilonia. Este evento se conoce como el Cautiverio Babilónico.
Durante casi dos siglos, el Imperio Medo-Persa —más conocido como el Imperio Aqueménida— dominó una vasta porción del mundo antiguo, extendiéndose desde la India hasta el mar Egeo. Su poder, riqueza y sofisticación cultural eran admirados e incluso temidos. Sin embargo, a finales del siglo IV a.C., ese gigantesco imperio, forjado por Ciro el Grande y consolidado por Darío I, encontró su fin ante un joven conquistador: Alejandro Magno.
Cuando Ciro conquistó Babilonia en el 539 a.C., decretó que los pueblos exiliados, incluyendo los judíos, podían regresar a sus tierras y reconstruir sus templos.
El Imperio Medo-Persa comenzó su ascenso tras el colapso del poderoso Imperio Asirio, entre los años 647 y 625 a.C., cuando los medos, liderados por Ciáxares, lucharon por su independencia. Esta lucha inicial por la libertad dio paso a una estructura de poder cada vez más consolidada. Sin embargo, la verdadera transformación en potencia mundial no ocurrió hasta la llegada de Ciro el Grande, un líder persa excepcional que, tras unificar a medos y persas, conquistó Babilonia en el año 539 a.C. (no 530, como aparece en algunas fuentes), marcando así el establecimiento del segundo gran imperio mundial.
Esta victoria está registrada en la Biblia, donde se describe cómo Dios utilizó a Ciro para liberar al pueblo de Israel del exilio babilónico:
Esdras 1:2,
“Así dice Ciro rey de Persia: Jehová, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén”
¿Quién fue Ciro el Grande?
Ciro II fue el fundador del Imperio Persa Aqueménida. Gobernó desde aproximadamente el 559 a.C. hasta su muerte en el 530 a.C. Fue famoso por su política de tolerancia religiosa y cultural, algo inusual para su época.
Daniel 2:39,
Y después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra.