Su Fundamento

Entre el Imperio y el Reino: Reuniendo al Pueblo del Reino (Parte 13)

La historia nos revela que, tras la caída de Judá y la subsequente muerte de Sedequías en el año 587 a.C., el profeta Jeremías, en una revelación maravillosa de Dios, alza sus ojos hacia las islas.

Isaías 24:15,

15 Por tanto, glorificad al Señor en el oriente[a],
el nombre del Señor, Dios de Israel,
en las costas[b] del mar.

aLit., la región de la luz

bO, islas

Isaías 42:12,

12 Den gloria al Señor,
y proclamen en las costas[a] su alabanza.

aO, islas

Los observamos en los primeros tiempos del Imperio Romano, dirigiéndose hacia su lugar designado por Dios. Este movimiento migratorio, denominado la “dispersión de Israel” o la “odisea de las tribus perdidas”, es un tema de gran interés para quienes estudian las profecías bíblicas y la historia de Israel.

Una de las historias más queridas de la literatura tradicional, escrita por quienes defienden la identidad moderna de las Diez Tribus Perdidas de Israel, es la de la llegada del profeta Jeremías a Irlanda. Según esta historia, poco después de c. 586 a. C., cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, conquistó Jerusalén, el profeta Jeremías, acompañado de su escriba Baruc, y las hijas de Sedequías, último rey de Judá, huyeron de ese país y residieron brevemente en Egipto. Desde allí, se embarcaron hacia Irlanda, donde una de las hijas se casó con Eochaidh, el rey supremo ​​de Irlanda. Hay quienes creen que el matrimonio tuvo lugar en Jerusalén. La pareja real gobernó la Isla Esmeralda desde su capital, Tara, en el condado de Meath. Jeremías, por aquel entonces un anciano, también era conocido por haber fundado una especie de escuela de formación ministerial en Tara. Se convirtió en una figura venerada en la leyenda irlandesa.

Se afirma que la historia de la llegada de Jeremías a Irlanda se encuentra en los antiguos anales, historias y demás literatura irlandesa, y de hecho abundan las referencias a ella en las obras escritas por los eruditos tradicionales de las Diez Tribus, especialmente los escritores del siglo XIX. Sin embargo, rara vez, o nunca, estos escritores señalan una historia específica en la que se pueda encontrar este relato, y suelen hacer vagas referencias a los anales irlandeses.

Bastarán algunos ejemplos:
Una autoridad afirma que “los historiadores irlandeses son unánimes en que alrededor del 580 a.C. llegó al Ulster un hombre notable [Jeremías], un patriarca o santo, acompañado por una princesa oriental y una persona menor llamada Simon Brach o Barech.”1

Además, “la tradición irlandesa nos dice que Jeremías casó a la princesa Tamar Tephi con Eochaidh, rey de Irlanda.”2


(1) Haberman, Frederick. Rastreando a Nuestros Antepasados. Burnaby, Canadá: Asociación del Pueblo del Pacto, 1934, pág. 153.
(2) Ibíd., pág. 153.


Lo más cercano a mencionar nombres que un escritor ha llegado a hacer es el autor y arqueólogo contemporáneo E. Raymond Capt. En su libro, El Pilar de Jacob: Un Estudio Histórico Bíblico Capt hace referencia a las Crónicas de Eri, los Anales del Reino de Irlanda por los Cuatro Maestros, los Anales de Clonmacnoise y las Crónicas de Escocia. Cita brevemente estas últimas y ofrece un extenso relato de toda la leyenda de Jeremías en su notable libro. Sin embargo, al igual que los eruditos escritores citados anteriormente, Capt no cita directamente ningún pasaje de ninguna crónica antigua que mencione explícitamente a Jeremías.3
(3) Capt, Raymond, El Pilar de Jacob: Un estudio histórico bíblico. Artisan Sales, 1977.

Para el año 1066 d.C., el último grupo de israelitas, durante lo que la historia secular conoce como la Conquista Normanda, llegó a la isla. Este evento se considera la culminación de la travesía terrestre hacia el lugar designado, un paso clave en el cumplimiento de las profecías de Dios sobre la reunión de su pueblo. A partir de entonces, el reino comenzó a consolidar su posición y a prosperar, evidenciando la mano de Dios en el destino de su pueblo.

Así, Dios estableció su reino en el monte Sinaí en 1487 a.C. (Éxodo 19-20), y posteriormente, entre aproximadamente 586 y 583 a.C., fijó el trono de ese reino en el nuevo lugar tras el exilio (haciendo referencia al trasplante del linaje real, como se discutió anteriormente). En consecuencia, fue durante un período de poco más de 2520 años (un período de tiempo que se interpreta de diversas maneras en la profecía bíblica, a menudo vinculado a los “siete tiempos” de castigo de Levítico 26) que el Dios del cielo estuvo estableciendo, trasplantando y consolidando su reino. Esto ocurrió “durante los días de esos reyes”, es decir, en el período de los imperios de Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma, en fiel cumplimiento de las declaraciones proféticas de Daniel al rey de Babilonia (Daniel 2).

La Cronología de los Imperios y el Reino de Dios

Establezcamos brevemente los límites cronológicos de los cuatro imperios mundiales profetizados por Daniel, ya que, al hacerlo, veremos con qué exactitud el profeta habló sobre el reino de Dios que surgiría “en los días de estos reyes” .

Daniel 2:44,

44 Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre,

La fundación del reino de piedra (el reino de Dios, simbolizado como una piedra que golpea la imagen de Daniel) se estableció espiritualmente en el año 1487 a.C. en el Monte Sinaí.

Mientras tanto, el Imperio Babilónico surgió, consolidándose después del declive de Asiria. La independencia asiria comenzó alrededor del 1900 a.C., aunque Asiria fue un estado más débil entre el 1500 y el 1400 a.C. Obtuvo un breve dominio sobre Babilonia a través de la conquista de Tukulti-Ninurta I (no Tiglat-Adar) alrededor del 1243 a.C.

El verdadero ascenso de Babilonia a la supremacía global se dio cuando Nabopolasar, padre de Nabucodonosor, junto con Ciáxares, rey de los medos, sitió y capturó Nínive, la capital asiria, en el año 612 a.C. (no 625 a.C., que fue el año de la caída de Asiria). Para el año 605 a.C. (no 606 a.C.), Nabopolasar ya había establecido firmemente su reino.

El ascenso de Medo-Persia comenzó con la caída de Asiria entre el 612 y el 605 a.C. No obstante, no fue hasta que Ciro el Grande conquistó Babilonia en el 539 a.C. (no 538 a.C.) que los Medo-Persas se convirtieron en el segundo gran imperio mundial.

El Imperio Griego inició su período de formación, según los historiadores, entre el 776 a.C. y el 500 a.C. Para el 334 a.C., cuando Alejandro Magno comenzó su campaña militar contra el Imperio Persa y lo conquistó, nació el tercer imperio mundial.

Daniel 8:20-21,

20 En cuanto al carnero que viste, que tenía dos cuernos, estos son los reyes de Media y de Persia. 21 El macho cabrío es el rey de Grecia, y el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el rey primero.

La fundación de Roma se atribuye legendariamente a Rómulo alrededor del 753 a.C. Para el 31 a.C., con la Batalla de Actium y el establecimiento del Principado de Augusto, Roma ya se había consolidado como la capital del cuarto y último imperio mundial profetizado en Daniel (Daniel 2:40-43).

De un estudio de la cronología de estos cuatro imperios mundiales, encontramos que sus fundaciones se establecieron aproximadamente entre 776 y 612 a.C., un período de unos 164 años.

Durante este mismo período, Jehová, el Dios de Israel, ejercía presión sobre las casas de Israel y Judá. Estaba preparándolas para purificarlas del mal y, finalmente, para reunir al pueblo del reino en justicia. Esos años marcaron el comienzo de los siete tiempos de castigo, que culminarían en la purificación final del reino.

Levítico 26:18, 21, 24, 28;

18 Y si aun con estas cosas no me oyereis, yo volveré a castigaros siete veces más por vuestros pecados.

21 Si anduviereis conmigo en oposición, y no me quisiereis oír, yo añadiré sobre vosotros siete veces más plagas según vuestros pecados.

24 yo también procederé en contra de vosotros, y os heriré aún siete veces por vuestros pecados.

28 yo procederé en contra de vosotros con ira, y os castigaré aun siete veces por vuestros pecados.

Esto los prepararía para asumir el gobierno mundial después del “fin de los tiempos de los gentiles” .

Lucas 21:24,

24 Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.

Después que este tiempo de castigo y gobierno de naciones gentiles sobre Israel haya llegado a su tiempo del fin, inicia la era del reino de piedra; que nos trae a nuestro tiempo o era. Todo apunta el fin del Misterio Babilona.

Así, desde el momento en que se colocó el fundamento del reino de Dios en el Monte Sinaí, a lo largo de los siglos en que los imperios babilónicos, medo-persa, griego y romano dominaron, Dios ha estado educando a su pueblo. 

Primero, en el desierto, cuando recibieron sus leyes para administrarlas. Luego, en la experiencia práctica de la administración en la tierra de Israel. Después vino el largo período de educación avanzada en el “desierto” (el exilio y la migración) mientras Israel se movía hacia el oeste, seguido por la reunión en el lugar designado. Después de esto, la “pequeña piedra” de la profecía de Daniel (Daniel 2:34-35) debía golpear los pies de la imagen babilónica.

La nación que realizó esta tarea de golpear la imagen en sus pies, rompiéndola en pedazos y consumiendo todos estos reinos, no puede ser otra que el pueblo del reino de piedra.

Pero incluso con esta fase de su tarea cumplida, el reino seguía siendo solo una “pequeña piedra” en comparación con su destino final.

Continuando como la pequeña piedra, este pueblo ha crecido hasta convertirse en una “compañía de naciones y son grandes personas” en estos últimos días, lo que se ha interpretado por algunos como la evolución de ciertas naciones modernas que descienden de Israel.

Establecer Para Siempre

El crecimiento del reino de piedra hasta convertirse en un gran monte que “llenará toda la tierra”: 

Daniel 2:35,

35 Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra.

No alcanzará su clímax sino hasta que Jesucristo, Rey de reyes, regrese para tomar el trono de su padre David y reinar sobre la casa de Jacob para siempre (Lucas 1:32-33; Apocalipsis 19:16).

Habacuc 2:14,

14 Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar.

Es bueno recordar, en este día cuando los corazones de los hombres desfallecen y la posibilidad de una destrucción total se cierne, o peor aún, la promesa dada por el ángel a María y por medio del profeta Daniel: que el reino de Dios, la casa de Jacob, o la “piedra” del sueño de Nabucodonosor, perdurará para siempre (Daniel 2:44; Lucas 1:33). Esta es la esperanza inquebrantable para la humanidad.

La Indestructibilidad del Reino de Dios

A la luz de todo lo que hemos explorado sobre el establecimiento y la continuidad del reino de Dios, la profecía de Isaías adquiere una resonancia profunda:

Isaías 54:17, 

“Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová.”

En vista de esta poderosa declaración, la afirmación de Daniel sobre el reino, de que “nunca será destruido” (Daniel 2:44), cobra un nuevo y esperanzador significado. No debemos temer, ni siquiera en esta era de incertidumbre donde vemos destellos de bombas atómicas y nucleares, porque el reino de Dios es invencible. Además, Daniel declaró que este reino “no será dejado a otro pueblo”, lo que subraya su permanencia y su naturaleza exclusiva bajo el gobierno divino.

La Casa de Jehová: Cabecera de Montes

Miqueas tuvo una visión inspiradora del día en que el reino de piedra, la casa de Jacob, se transformará en un reino universal.

Miqueas 4:1-2, 

1 Acontecerá en los postreros tiempos que el monte de la casa de Jehová será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos. 

2 Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.

Cuando la fase del crecimiento del reino se consume, y con Jesucristo gobernando desde el trono de su padre David sobre la casa de Jacob, el resultado será una era de paz y justicia global:

Miqueas 4:3, 

3 Y él juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra.

Sin embargo, antes de que esta era de paz universal pueda establecerse plenamente, Israel, como el “hacha de batalla y armas de guerra de Dios” (Jeremías 51:20), debe llevar a cabo la tarea de completar la destrucción total de toda la “imagen babilónica” (el sistema de imperios mundiales opuestos a Dios).

Jeremías 51:1-2, 6-8, 13,

1 Así dijo el SEÑOR: He aquí que yo levanto sobre Babilonia, y sobre sus moradores que de corazón se levantan contra mí, un viento destruidor.

2 Y enviaré a Babilonia aventadores que la avienten, y vaciarán su tierra; porque serán contra ella de todas partes en el día del mal.

6 Huid de en medio de Babilonia, y librad cada uno su alma, para que no perezcáis a causa de su iniquidad; porque el tiempo es de venganza del SEÑOR; le dará su pago.

7 Copa de oro fue Babilonia en la mano de Jehová, que embriagó a toda la tierra; de su vino bebieron los pueblos; se aturdieron, por tanto, las naciones. 8 En un momento cayó Babilonia, y se despedazó; gemid sobre ella; tomad bálsamo para su dolor, quizá sane.

13 Tú, la que moras entre muchas aguas, rica en tesoros, ha venido tu fin, la medida de tu codicia.

Al resumir los elementos de la imagen del sueño de Nabucodonosor, Daniel invirtió significativamente su orden de aparición cuando llega al clímax de su descripción:

Daniel 2:35,

“Entonces se desmenuzaron también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano; y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra.”

Jeremías 50:20,

20 Martillo me sois, y armas de guerra; y por medio de ti quebrantaré naciones, y por medio de ti destruiré reinos.

Entonces, y no hasta entonces, se abrirá el camino para que la piedra se convierta en un gran monte y llene toda la tierra, marcando el establecimiento completo y eterno del reino de Dios.

El Reino que Comenzó en Sinaí

“Mas el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido…”

Daniel 2:44

1. El Trono de David: Promesa de un Reino Eterno

La promesa del trono de David es clave en el desarrollo del Reino de Dios. No se trata de una metáfora espiritual, sino de una continuidad literal de una autoridad real establecida por Dios.

2 Samuel 7:16,

“Tu casa y tu reino serán firmes para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente.”

Dios prometió a David una dinastía que no sería interrumpida. Aunque el trono fue temporalmente suspendido por causa de la infidelidad del pueblo, no fue abolido. El Nuevo Testamento reafirma esa promesa:

“Y el Señor Dios le dará el trono de David su padre.”

— Lucas 1:32

Este trono no ha sido reemplazado por uno simbólico; más bien, ha sido elevado a su expresión más plena en Cristo, quien reinará no solo sobre Israel, sino sobre todas las naciones.

2. La Casa de Jacob: Heredera del Reino

La promesa del trono se extiende a la casa de Jacob, es decir, a las doce tribus de Israel. Esto enfatiza la elección divina de un pueblo específico para ser portador del reino:

“Reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.”

— Lucas 1:33

Dios formó este pueblo como una nación sacerdotal, portadora de Su revelación, en el momento en que estableció Su pacto en el Monte Sinaí:

“Ahora, pues, si diereis oído a mi voz… vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos… y me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa.”

Éxodo 19:5-6

La casa de Jacob representa la base legal y profética del Reino de Dios. A través de ella vendría el Mesías (ver Mateo 1 y Lucas 3), y en ella se conservarían los pactos, las promesas y las leyes del Reino.

3. Cristo: El Rey Eterno del Reino de Piedra

Cristo es la “piedra cortada no con mano”, es la piedra angular rechaza por los hombres… y se transforma en el reino de Daniel 2. Es decir, no fue establecida por poder humano ni por instituciones terrenales, sino por decreto del cielo:

“Viste una piedra… que hirió a la imagen… y fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra.”

Daniel 2:34-35

Esta imagen simboliza cómo el Reino de Dios destruirá todos los reinos humanos y establecerá un orden eterno bajo la soberanía de Cristo. Él no sólo es Rey, sino también fundamento del Reino:

“La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo.”

Salmo 118:22, citado en Mateo 21:42

El Reino de Cristo es literal, visible y eterno, aunque actualmente se manifiesta en forma espiritual a través de la Iglesia, y se manifestará plenamente en Su regreso.

4. Del Monte Sinaí al Reino Eterno: Un Solo Plan Divino

Desde el pacto mosaico en Sinaí hasta el nuevo pacto en la sangre de Cristo, Dios ha estado construyendo un solo Reino, no dos reinos diferentes. El nuevo pacto no sustituye al Reino, sino que lo renueva, expande y eleva.

“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.”

Mateo 5:17

El Reino que comenzó como un modelo nacional y teocrático (Israel) se expande en Cristo a todas las naciones, pero sin romper su raíz israelita:

“Acordaos que en aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel… pero ahora en Cristo Jesús… sois conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios.”

Efesios 2:12-19

El Reino de Piedra, por tanto, representa un reino multidimensional para todos los pueblos de la tierra, la soberanía del Dios eterno expresada primero en Israel, y luego ampliada a los gentiles por medio de la ley, los profetas y el Mesías.

Deuteronomio 29:14-15,

14 Y no solamente con vosotros hago yo este pacto y este juramento, 15 sino con los que están aquí presentes hoy con nosotros delante de Jehová nuestro Dios, y con los que no están aquí hoy con nosotros.

Este pasaje es parte del discurso final de Moisés al pueblo de Israel antes de entrar a la Tierra Prometida. Aquí, Moisés recalca la universalidad y perpetuidad del pacto que Dios hace con Israel.

Verso 14:

Moisés aclara que el pacto que Dios hace no se limita a los que físicamente están presentes.

Está hablando con la generación que ha crecido en el desierto después del éxodo de Egipto.

Verso 15:

El pacto también incluye a las futuras generaciones (“los que no están aquí hoy”).

Esto indica una visión intergeneracional del pacto: no es solo para un grupo en un momento histórico, sino para todos los que se consideren parte del pueblo de Dios en el futuro.

Deuteronomio 5:3,

“No con nuestros padres hizo Jehová este pacto, sino con nosotros todos los que estamos aquí hoy vivos.”

Aquí Moisés ya había enfatizado que el pacto era personal y no solo histórico.

Éxodo 24:8,

“Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas.”

Este es el momento original del pacto en el Sinaí. El pasaje de Deuteronomio 29 lo amplía para incluir futuras generaciones.

Jeremías 31:31-33,

“He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá…”

Este nuevo pacto se menciona como continuidad y renovación del pacto antiguo, y sigue siendo para “ellos y sus descendientes”.

Hechos 2:39,

“Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos…”

Pedro, después de Pentecostés, aplica esta misma lógica de pacto extendido en el tiempo y el espacio.

Aunque Moisés habla a una comunidad concreta (Israel en Moab), ya se vislumbra que el pacto de Dios tiene un alcance más allá de ese momento: incluye a las generaciones futuras y, en sentido espiritual, a todos los que serán injertados en el pueblo de Dios a través de la fe.

Esto no es basado en esfuerzo humano, es una promesa y pacto eterno.

Hebreos 11:39-40,

39 Y todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; 40 proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros.

Cristo como cumplimiento del pacto

Moisés, mediador del Antiguo Pacto, actúa como figura de Jesucristo, mediador del Nuevo Pacto 

Hebreos 8:6,

6 Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas.

El alcance del pacto mencionado en Deuteronomio se realiza plenamente en Cristo, quien muere por todos, incluso por los que aún no han nacido.

Lucas 22:20,

20 De la misma manera tomó la copa después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por vosotros.

Un Reino que Llena Toda la Tierra

El Reino de Piedra es la culminación del propósito eterno de Dios: establecer Su dominio justo, eterno y universal a través de Su Hijo Jesucristo y Su pueblo redimido.

Como las aguas cubren el mar

“Y el séptimo ángel tocó la trompeta… y grandes voces decían en el cielo: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos.”

Apocalipsis 11:15

Este Reino no es simbólico. Es la realidad final de todos los planes de Dios: restaurar la tierra bajo Su autoridad, gobernada por el Mesías y compartida con un pueblo obediente y fiel.

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