Su Fundamento

Heredando las Promesas del Pacto a través de la fe en Jesús – Parte 6

Romanos 9:6-13,

No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. 10 Y no solo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre 11 (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), 12 se le dijo: El mayor servirá al menor. 13 Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí.

La Descendencia Espiritual y la Elección Divina

Como leímos anteriormente en la reprensión de Jesús a los judíos (Juan 8), Pablo también deja claro que el simple hecho de ser descendiente físico de Abraham no califica a nadie para ser hijo de Dios (Romanos 9:7-8). Esto es un tema crucial para entender la verdadera naturaleza de la filiación divina. En este pasaje, Pablo cita de Génesis 21, el mismo texto que cubrimos previamente, que dice: “En Isaac te será llamada descendencia”. Este es el momento en que la promesa de Dios a Abraham se confirma, señalando que Isaac sería el hijo de la promesa, el heredero legítimo de la bendición divina. Posteriormente, Agar e Ismael son expulsados, lo que ilustra la distinción entre la simiente de la carne (Ismael) y la simiente de la promesa (Isaac).

Aunque Pablo no menciona a Agar e Ismael por su nombre en este pasaje (como lo hará en el capítulo 9), está estableciendo una conexión crítica entre ellos y los que viven bajo el antiguo pacto. En este contexto, Agar e Ismael representan a aquellos que están bajo la ley, los “hijos de la carne”, aquellos que confían en el cumplimiento externo de la ley y en las obras de la carne para obtener la justicia. Por otro lado, los que son de fe en Jesús, los nacidos de nuevo por el Espíritu, son los “hijos de la promesa”. Este es un punto esencial para entender la transición del antiguo al nuevo pacto, y se vuelve aún más claro en los pasajes que abordaremos más adelante.

Es importante notar que Pablo se refiere a Isaac como “nuestro padre” en el versículo 8, de manera similar a como se refería anteriormente a Abraham. Esto no es una coincidencia. Las promesas del pacto no solo fueron dadas a Abraham, sino que también se extendieron a Isaac y a Jacob, quienes son considerados los patriarcas de la fe. La razón por la que se les llama “nuestros padres” es que, a través de su fe y obediencia, ellos fueron los receptores de las promesas de Jehová, y a través de ellos, esas promesas se extendieron a los creyentes de todas las generaciones. Es esencial comprender que las promesas de Dios no dependen de la descendencia física, sino de la fe en Él.

Pablo menciona también la “elección” en el versículo 11, lo cual es fundamental para entender cómo funciona el pacto de Dios. La elección no se basa en las obras humanas, sino en la gracia soberana de Dios. Abraham, Isaac y Jacob fueron elegidos por Jehová, no por sus méritos, sino por Su misericordia y por Su propósito divino. Esta elección de los patriarcas refleja la elección de todo creyente que entra en pacto con Dios a través de la fe en Jesucristo. Al ser llamados y elegidos por Dios, estos hombres se convirtieron en los padres de los fieles, los modelos de fe y obediencia a seguir.

Aunque no hemos profundizado en la figura de Jacob por razones de brevedad, hay mucho más que podríamos explorar sobre su vida. Sin embargo, el punto clave aquí es que tanto Abraham, Isaac como Jacob fueron elegidos por Dios, y a través de su fe y obediencia, llegaron a ser los fundadores del pueblo de la promesa. La “elección” de estos hombres, y su pacto con Jehová, es el fundamento sobre el cual se construye la fe cristiana. A través de esta elección divina, los creyentes, tanto judíos como gentiles, son incorporados al pueblo de Dios, no por linaje físico, sino por la fe en el Mesías prometido.

La Fe en Jesús como el Único Camino al Pacto con Dios

En resumen, la fe en Jesús es la única manera de entrar en pacto con Dios, porque Jesús es el único camino al Padre (Juan 14:6). Esta es una afirmación clave que debemos comprender bien. Los “hijos de la carne”, es decir, los descendientes físicos de Abraham que no han puesto su fe en Jesús, no son contados como la verdadera descendencia de la promesa. Esto incluye a aquellos judíos que no creen en el Mesías. Por el contrario, la verdadera descendencia de Abraham, según las Escrituras, está compuesta por aquellos que tienen fe en Jesús, sin importar si son judíos o gentiles. La salvación y la pertenencia al pueblo de Dios no dependen del linaje físico, sino de la fe en Cristo.

Este punto es fundamental para entender la transformación que ocurre con la llegada del nuevo pacto. A través de Jesús, la promesa de Dios se extiende a toda la humanidad, y no solo a una nación específica. Jesús no vino solo para restaurar a Israel como nación, sino para abrir el camino de salvación a todos los pueblos, ofreciendo la oportunidad de ser adoptados como hijos de Dios a través de la fe en Él.

Ahora, pasemos a nuestros dos últimos pasajes, ambos ubicados en la carta a los Gálatas. El siguiente pasaje es algo largo y está compuesto por varios segmentos más cortos que he reunido para mantenernos centrados en nuestro tema. ¡Manténgase enfocado, porque las verdades que se presentan a continuación serán clave para comprender mejor la obra de Cristo y nuestra identidad en Él!

Gálatas 3:6-9, 16-18, 26-29;

Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Sabed, por tanto, que los que son de fe, estos son hijos de Abraham. Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham.

16 Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo. 17 Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa. 18 Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa.

26 pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; 27 porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. 28 Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. 29 Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.

La Justificación por la Fe: La Promesa a las Naciones

Es fundamental que entendamos cómo se confirma que Abraham fue declarado justo por su fe. En Gálatas 3:6-9, Pablo resalta este principio al afirmar que Abraham “creyó a Dios, y le fue contado por justicia” (Gálatas 3:6), haciendo eco de lo que se dice en Génesis 15:6. Este es un punto crucial, porque nos muestra que la justificación de Abraham no fue resultado de sus obras, sino de su fe en las promesas de Dios.

De manera más amplia, también encontramos que siempre fue el plan de Dios justificar a las naciones por la fe, no por las obras de la ley. En Gálatas 3:8, Pablo cita Génesis 12:3, donde Dios le dice a Abraham: “En ti serán benditas todas las naciones”. Esto indica que la justificación no estaba limitada a Israel, sino que la bendición prometida a través de Abraham se extendería a todas las naciones, es decir, a todos los pueblos, sin importar su raza o etnia. Esta es la base para entender cómo los gentiles, al igual que los judíos, pueden ser parte de la familia de Dios. Es a través de la fe en Cristo, el descendiente prometido de Abraham, que todos pueden ser contados como herederos de la promesa.

Por lo tanto, aquellos que tienen fe en Cristo son “bendecidos con el fiel Abraham” (Gálatas 3:9). Este es un concepto clave: en Cristo, los creyentes no solo son adoptados como hijos de Dios, sino que también comparten la bendición prometida a Abraham. La fe en Cristo nos coloca en la misma posición de bendición que Abraham, y al hacerlo, somos incluidos en la gran familia de la fe, que abarca no solo a los israelitas, sino a todas las naciones.

La justificación por la fe, como se ve en el ejemplo de Abraham, establece un principio esencial del evangelio: no es a través de la obediencia a la ley o los méritos humanos que nos acercamos a Dios, sino a través de la fe en la obra redentora de Jesús. Abraham fue un modelo de fe, y como tales, los creyentes en Cristo son llamados a seguir su ejemplo, siendo justificados no por la ley, sino por la fe en el Hijo de Dios.

He expandido la conexión entre la fe de Abraham, la justificación por la fe y la bendición extendida a todas las naciones a través de Cristo. Este pasaje en Gálatas refuerza cómo el plan de Dios siempre fue incluir a todas las naciones en Su pacto, y cómo la fe, no las obras, es el camino hacia esa inclusión

La Descendencia de Abraham: La Promesa Cumplida en Jesús

Pablo, en su carta a los Gálatas, hace una afirmación fundamental sobre la “descendencia” prometida a Abraham. En Gálatas 3:16, él explica que la “descendencia” de la que se habla en las promesas y profecías de Génesis no se refiere a muchos descendientes, sino a uno soloJesucristo. Este es un punto crucial porque redefine cómo entendemos las promesas dadas a Abraham. Las promesas de la tierra, la bendición y la multiplicación de su descendencia apuntaban a un solo descendiente, y ese descendiente es Jesús.

Es esencial comprender esto porque las profecías que se mencionan en Génesis, tales como la promesa de que “en tu descendencia serán benditas todas las naciones de la tierra” (Génesis 22:18), no deben ser interpretadas de manera superficial, como si se refirieran a una gran multitud de descendientes. En cambio, Pablo nos enseña que Jesús es la culminación de esa promesa. Él es el único que cumple perfectamente la profecía de la descendencia, no solo en un sentido físico (como lo sería el caso de Isaac), sino en un sentido espiritual.

Recuerda la conexión espiritual entre Isaac y Jesús. Isaac fue el hijo de la promesa, nacido de manera milagrosa, al igual que Jesús, quien es el hijo de la promesa eterna, concebido por el Espíritu Santo de una virgen. Ambos representan la descendencia prometida: Isaac, como el cumplimiento temporal de una promesa en el Antiguo Testamento, y Jesús, como el cumplimiento eterno de esa misma promesa en el Nuevo Testamento. Isaac fue una figura que apuntaba hacia la venida de Cristo, quien sería la verdadera simiente de Abraham y el cumplimiento de las promesas hechas a él.

Al abordar esta pregunta crucial, ¿quién es la descendencia de Abraham?, hemos llegado a una respuesta clara: la descendencia de Abraham es Jesús. Y al poner nuestra fe en Jesús, nos convertimos en herederos de esa promesa, ya que, en Él, las promesas dadas a Abraham se cumplen para nosotros. Es a través de Cristo que podemos ser parte de esa descendencia espiritual, como hijos de la promesa, como hemos confirmado a través de las Escrituras.

Este entendimiento transforma nuestra perspectiva sobre la relación de los creyentes con las promesas hechas a Abraham. No es el linaje físico lo que nos conecta a la descendencia de Abraham, sino nuestra fe en Jesús, el único descendiente verdadero y completo, en quien todas las promesas de Dios encuentran su cumplimiento.

El Antiguo Pacto y su Descalificación para Heredar las Promesas

El versículo 17 de Gálatas 3 es crucial, ya que confirma que estar bajo el pacto del Sinaí es, de hecho, un descalificador para heredar las promesas del pacto. Es importante entender que esto no significa que el pacto del Sinaí fuera innecesario o erróneo, sino que su propósito era temporal. El antiguo pacto, basado en la ley, fue un preparativo para la venida de Cristo. Sin embargo, aquellos que se aferran exclusivamente a la ley del Sinaí, sin aceptar a Yahshua (Jesús) como el Mesíasno pueden ser partícipes de las bendiciones prometidas a Abraham, ya que la salvación no viene por la obediencia a la ley, sino por la fe en Cristo.

Este versículo es un punto de gran importancia, porque Pablo está dejando claro que la ley no puede justificar a nadie. Aquellos que siguen buscando la salvación a través de las obras de la ley están tratando de obtener la justificación de una manera que no es posible. La justificación, como sabemos a lo largo de las Escrituras, solo viene por la gracia de Dios, a través de la fe en Jesucristo:

 Efesios 2:8-9,

Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por[a]obras, para que nadie se gloríe.

Es esencial comprender que esto se refiere principalmente a los judíos (por su descendencia física) que, aunque obedecen la ley del Antiguo Testamento, no profesan a Jesús como el Mesías. Aunque puedan estar siguiendo las tradiciones y mandamientos de la ley, si no tienen fe en Jesús, no pueden ser parte de la descendencia de Abraham ni heredar las promesas del pacto. Sin fe en Jesús, no se puede recibir la bendición que se le prometió a Abraham, porque esa bendición es, en última instancia, una relación con Dios a través de Cristo.

Sin embargo, esta advertencia no solo aplica a los judíos, sino también a cualquiera, sea judío o no, que busque la salvación a través de las obras de la ley, pero niega a Jesús como el Mesías. De hecho, cualquier persona que diga obedecer a Jesús, pero no cree en Jesús como el Salvador y Mesías, está buscando la salvación sobre la base de las obras, lo cual es incompatible con la enseñanza de las Escrituras. La salvación, según Pablo, es un regalo de Dios que no se puede ganar por obras:

Romanos 11:6,

Pero si es por gracia, ya no es a base de obras, de otra manera la gracia ya no es gracia. [a]Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra.

Si fuera por obras, la gracia dejaría de ser gracia, y la salvación sería algo que se ganara por mérito, lo cual va en contra de la doctrina central del cristianismo.

Por lo tanto, en el contexto del Nuevo Pacto, el antiguo pacto es visto como algo temporal, cuya función era preparar el camino para Cristo, el cumplimiento de todas las promesas. El antiguo pacto no puede ser el medio por el cual los creyentes de hoy heredan las promesas de Dios. La salvación solo es accesible a través de la fe en Jesucristo, como se subraya en muchos pasajes, entre ellos, Gálatas capitulo 3 y Romanos 3:20-24:

20 porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él; pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado.

21 Pero ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada, atestiguada por la ley y los profetas; 22 es decir, la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen; porque no hay distinción; 23 por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios, 24 siendo justificados gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús,

Te animo encarecidamente a leer los versículos que conectan estos pasajes, ya que traerán aún más claridad sobre la temporalidad del antiguo pacto y su cumplimiento en el nuevo pacto a través de la fe en Cristo. Esta es la base para la verdadera justificación, la única forma en que podemos ser declarados justos ante Dios.

En este desarrollo, he explicado cómo el antiguo pacto es insuficiente para heredar las promesas de Dios, especialmente sin la fe en Jesucristo, quien es el cumplimiento de esas promesas. La salvación, que no se basa en las obras de la ley, es un regalo que solo puede ser recibido por gracia, a través de la fe en Jesús. También he resaltado la importancia de comprender que el antiguo pacto fue temporal, preparándonos para el nuevo pacto de gracia y fe en Cristo.

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