El Reino Inconmovible de Cristo en Tiempos de Conmoción
Vivimos días en que las estructuras del mundo están siendo sacudidas. La economía, los gobiernos, las ideologías, incluso las religiones se tambalean ante una sacudida global que no tiene precedente moderno. Pero estas sacudidas no son casuales, no son simplemente ciclos históricos, ni meras consecuencias de errores humanos. Son la obra soberana de Dios, quien ha determinado remover todo lo que es temporal, terrenal y humano, para que permanezca solamente lo eterno, lo que proviene de Él, lo que ha sido fundado en Cristo.
Hebreos 12:26,
Su voz hizo temblar entonces la tierra, pero ahora Él ha prometido, diciendo: Aún una vez más, yo haré temblar no solo la tierra, sino también el cielo.
Hageo 2:6,
Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca;
Mateo 24:29-31,
29 E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. 30 Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. 31 Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro.
Dios está sacudiendo el orden de los hombres para establecer el orden del cielo. En cada conmoción hay un mensaje: todo lo que no es Cristo caerá.
Isaías 2:12-22,
12 Porque día de Jehová de los ejércitos vendrá sobre todo soberbio y altivo, sobre todo enaltecido, y será abatido;
Versículo 12: “Porque día de Jehová de los ejércitos vendrá…”
El “Día de Jehová” no se refiere a un día común, sino a un tiempo señalado por Dios para intervenir soberanamente en los asuntos humanos. Es un día de juicio, confrontación y revelación. Isaías lo presenta como un día temible que vendrá “sobre todo soberbio y altivo”, es decir, contra toda arrogancia humana, orgullo nacional, autosuficiencia y rebelión.
En un mundo que exalta la autosuficiencia, el individualismo y la idolatría, Dios anuncia que Él mismo intervendrá para abatir todo orgullo que se levante contra su gobierno.
Versículos 13-16,
13 sobre todos los cedros del Líbano altos y erguidos, y sobre todas las encinas de Basán;
14 sobre todos los montes altos, y sobre todos los collados elevados; 15 sobre toda torre alta, y sobre todo muro fuerte; 16 sobre todas las naves de Tarsis, y sobre todas las pinturas preciadas.
Versículos 13-16: Imágenes simbólicas del orgullo humano
Aquí Isaías usa metáforas naturales y arquitectónicas para representar la soberbia humana:
“Cedros del Líbano” y “encinas de Basán”: símbolos de grandeza natural y fortaleza humana. Eran árboles majestuosos, usados para construir palacios y templos.
“Montes altos y collados elevados”: representan los lugares de adoración pagana, pero también la exaltación humana.
“Torre alta, muro fuerte”: simbolizan la confianza en estructuras humanas, defensas militares y logros tecnológicos.
“Naves de Tarsis”: eran barcos comerciales de largo alcance, imagen de la prosperidad económica y poder comercial.
“Pinturas preciosas”: representa el arte humano, el lujo y el esteticismo vacío, exaltación de la belleza sin temor de Dios.
Toda la autosuficiencia humana —en la naturaleza, el poder, la economía, la religión o el arte— será derribada ante la majestad de Dios. Todo lo que se levanta como “dios” o “seguridad” será expuesto como falso.
Versículo 17,
17 La altivez del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada; y solo Jehová será exaltado en aquel día.
“Y solo Jehová será exaltado en aquel día”
Este es el clímax teológico del pasaje: el propósito del juicio no es solo castigar, sino revelar la supremacía de Dios. En ese día, ningún hombre será glorificado, ningún imperio será venerado, ningún ídolo permanecerá. Solo Jehová, el Dios verdadero, será reconocido como altísimo y único digno de exaltación.
Filipenses 2:9-11,
9 Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, 10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Versículo 18: “Y quitará totalmente los ídolos”
Este versículo señala la erradicación definitiva de la idolatría. En la presencia de Dios, no hay lugar para falsos dioses. El juicio revela cuán inútiles y absurdos son los ídolos en los que el hombre puso su confianza.
Versículos 19 y 21: “Se meterán en cavernas… por la presencia formidable de Jehová”
Ante la manifestación gloriosa y aterradora de Dios, los hombres huirán y se esconderán, conscientes de su culpa. La misma presencia de Dios —que para los justos es salvación— para los impíos será terror y condenación.
Esto tiene paralelo en:
Apocalipsis 6:15-17,
15 Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; 16 y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; 17 porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?
Los reyes, poderosos y la oligarquía de la tierra se esconden en cuevas clamando que las montañas caigan sobre ellos “porque ha llegado el gran día de su ira”.
Lucas 23:30,
Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos.
Isaías 2:20,
Aquel día arrojará el hombre a los topos y murciélagos sus ídolos de plata y sus ídolos de oro, que le hicieron para que adorase,
Los ídolos, internos y externos que antes eran adorados y valorados, ahora serán desechados como basura. Los topos y murciélagos habitan en la oscuridad —lugares ocultos y despreciados— y allí irán a parar esos ídolos, lo cual muestra el cambio radical de perspectiva cuando el hombre se enfrenta con la realidad divina.
Versículo 22: “Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz…”
Este es un llamado pastoral y profético a dejar de confiar en el hombre, por poderoso que parezca. El aliento humano es frágil, efímero. Dios, y no el hombre, debe ser nuestra confianza. En medio del juicio, este versículo nos exhorta a no seguir confiando en sistemas humanos, líderes terrenales o filosofías pasajeras.
El pueblo de hoy debe discernir cuándo está confiando más en estructuras humanas que en la presencia del Dios viviente. Este es un llamado a la dependencia total de Dios.
Aunque las naciones teman, aunque los poderosos tiemblen, los que han recibido el Reino inconmovible no deben temer. Su esperanza no está en la estabilidad política ni en la seguridad económica, sino en Aquel que reina desde los cielos.
Salmo 2:4-6,
4 El que mora en los cielos se reirá; El Señor se burlará de ellos.
5 Entonces hablará a ellos con su furor, y con su ira los conturbará.
6 Y yo envestí mi rey sobre Sion, el monte de mi santidad.
Isaías 9:6-7,
6 Porque niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado es asentado sobre su hombro. Y se llamará El Admirable, El Consejero, El Dios, El Fuerte, El Padre Eterno, El Príncipe de Paz.
7 La multitud del señorío, y la paz, no tendrán término sobre el trono de David, y sobre su Reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo del Jehová de los ejércitos hará esto.
El Deseado de las Naciones está por manifestarse
El profeta Hageo vio este tiempo y lo declaró con claridad:
Hageo 2:7,
Haré temblar a todas las naciones; y vendrá el Deseado de todas las naciones.
Ese Deseado no es una figura política ni un salvador humano. Es Cristo, el Rey de gloria, el centro del Reino eterno.
Malaquías 3:1,
He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos.
Salmo 24:7-10;
7 Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,
alzaos vosotras, puertas eternas,
para que entre el Rey de la gloria.
8 ¿Quién es este Rey de la gloria?
El Señor, fuerte y poderoso;
el Señor, poderoso en batalla.
9 Alzad, oh puertas, vuestras cabezas,
alzadlas, puertas eternas,
para que entre el Rey de la gloria.
10 ¿Quién es este Rey de la gloria?
El Señor de los ejércitos,
Él es el Rey de la gloria.
1 Corintios 2:7-8,
7 Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, 8 la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria.
¿Quién es este Rey de la gloria?
El Señor de los ejércitos,
Él es el Rey de la gloria.
Es lo dicho por Jehová de los Ejércitos.
Isaías 40:3,
Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios.
Isaías 43:10,
Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí.
Apocalipsis 19:11-13, 14-16;
11 Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. 12 Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo.
13 Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS.
El que está sentado sobre el caballo blanco es Jesucristo mismo. Este caballo blanco no debe entenderse de manera literal, como si el Señor viniera cabalgando un corcel físico desde el cielo, sino que es una figura simbólica, como gran parte del lenguaje del Apocalipsis. Representa victoria, pureza y autoridad celestial. No obstante, si el Rey de reyes decidiera manifestarse cabalgando un verdadero caballo, ¿quién podría impedirlo? Él es soberano sobre toda la creación.
Este símbolo también puede tener una conexión interesante con la constelación de Pegaso, conocida como “el caballo principal” en los cielos. Su estrella más brillante, Markab (del hebreo Merhak), significa “el que regresa de lejos”. Esta imagen encaja proféticamente con el Mesías que ha ascendido a los cielos y ha de volver con poder y gran gloria, como lo prometió (Hechos 1:11; Apocalipsis 19:11-16). Así, los cielos mismos parecen anunciar anticipadamente la venida gloriosa del Vencedor.
Todas las constelaciones, en su diseño original, son señales proféticas establecidas por Dios mismo. No fueron concebidas por el hombre, ni son fruto de la imaginación mitológica de las antiguas culturas, sino que forman parte de un lenguaje celestial con el cual el Creador escribió en los cielos su plan eterno de redención en Cristo Jesús. Desde tiempos inmemoriales, los cielos han proclamado la gloria de Dios (Salmo 19:1), y las estrellas, en su orden divinamente trazado, declaran el testimonio del Mesías, el Redentor prometido.
Cada figura celeste –como fue originalmente nombrada y entendida– revelaba una parte del Evangelio eterno: el nacimiento virginal, el sufrimiento redentor, la victoria sobre el enemigo, y el regreso glorioso del Hijo de Dios. Sin embargo, con el paso del tiempo, el corazón caído del ser humano desvió esta revelación. Lo que era una proclamación del Reino fue tergiversado en superstición, idolatría y manipulación espiritual. Así surgió la astrología: una distorsión oscura de lo que Dios había hecho bueno; una falsificación que busca conocer el destino sin someterse al Señor del tiempo.
No obstante, la Escritura es clara: Dios es quien cuenta el número de las estrellas; a todas ellas llama por su nombre (Salmo 147:4). Él es el Señor del firmamento, el que puso señales en los cielos no para la adivinación, sino para que el hombre mire hacia arriba y contemple al Salvador. Aun en medio de la corrupción de los símbolos, el testimonio celestial permanece, y su propósito original no será anulado. En estos últimos días, el Espíritu Santo está abriendo los ojos del entendimiento para que muchos vuelvan a ver lo que los cielos siempre han proclamado: que Jesús es el Alfa y la Omega, el que fue anunciado desde la eternidad y que pronto regresará.
En el mensaje dirigido a la iglesia de Laodicea, el Señor se presenta con títulos que no son meramente descriptivos, sino que revelan su esencia divina y su autoridad sobre todas las cosas.
Apocalipsis 3:14,
Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: El Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto…
Esta no es una introducción casual. Cada título encierra una verdad gloriosa acerca del carácter de Cristo. Él es el Amén, la afirmación final de Dios, el “así sea” eterno, en quien se cumplen todas las promesas del Padre (2 Corintios 1:20). Él es la garantía de que lo dicho por Dios se ejecutará sin falta. Luego se nos dice que es el testigo fiel y verdadero, una declaración que no solo destaca su veracidad, sino también su autoridad para dar testimonio de las cosas celestiales, como aquel que ha visto y ha oído directamente del Padre (Juan 3:32).
Este mismo título aparece nuevamente en Apocalipsis 19:11, donde el Jinete del caballo blanco es identificado como “Fiel y Verdadero”. No hay duda de que se trata de una referencia directa a Jesucristo. Él no es una figura simbólica ni un mensajero genérico: es el Hijo eterno de Dios, el Testigo divino que revela la verdad sin mezcla, sin sombra, sin error. En un mundo lleno de engaño, su Palabra permanece firme como la única voz digna de confianza.
La palabra griega que se traduce como “verdadero” en este pasaje es alēthinos, un término que va más allá de la veracidad superficial. Significa genuino, auténtico, real; lo opuesto a lo falso, a lo imitado, a lo que aparenta, pero carece de sustancia. Deriva de alēthēs, que literalmente significa “no oculto” o “no cubierto”; es decir, una verdad que ha sido revelada abiertamente, que está expuesta a la luz, sin velos ni sombras. Cristo no solo habla la verdad: Él es la Verdad (Juan 14:6), la manifestación encarnada de todo lo que Dios es y dice.
En un tiempo como el de Laodicea —marcado por tibieza espiritual, autosuficiencia religiosa y ceguera interior— Jesús se revela como la Verdad que no puede ser manipulada ni ignorada. Él confronta, desenmascara y llama al arrepentimiento con autoridad, porque su testimonio no depende del consenso humano, sino del decreto eterno del Dios vivo. Aquel que cabalga en el caballo blanco no es una figura simbólica sin rostro: es el Testigo fiel, el que juzga y pelea con justicia, y pronto vendrá como Rey de reyes y Señor de señores.
En Apocalipsis 19, cuando se anuncia la culminación del plan redentor de Dios y la manifestación gloriosa de Cristo, hay un detalle que no debe pasarse por alto. Antes de que se nos presente al Jinete celestial, una voz que sale del trono declara solemnemente: “Estas son las palabras verdaderas de Dios” (Apocalipsis 19:9). Esta afirmación no es incidental. Es una proclamación que prepara el corazón para recibir la revelación más majestuosa del capítulo: la aparición del Verbo encarnado como Rey y Guerrero victorioso.
El énfasis en la veracidad de las palabras —“verdaderas de Dios”— es la antesala para presentar a Aquel que es llamado Fiel y Verdadero (verso 11). No es una coincidencia. El Espíritu está revelando que el que viene sobre el caballo blanco no solo es el cumplimiento de la promesa, sino la Palabra misma de Dios hecha carne, regresando en gloria. Esta conexión se fortalece en el versículo 13, donde se nos dice que su nombre es: “El Verbo de Dios” (ho Logos tou Theou).